Bengals 2017

Soy Andrew Hawkins

 

Soy Andrew Hawkins

Fue el día más triste de mi vida. Mi padre nos había llevado, a mí y a mis hermanos, a ver el partido. Mis adorados Steelers, donde papá había jugado cuando era joven y ahora lo hacía el primo Carlton como ofensive-guard, se enfrentaban en playoffs, en un Three Rivers abarrotado, a los intratables Buffalo Bills. No recuerdo ni el frío (apenas 2ºC) ni la lluvia. Sólo lo ilusionado que estaba con mi nueva “terrible towel” amarilla al cuello, agitándola con cada buena jugada que hacíamos. En especial, cuando nos pusimos por delante 3 a 0. Pero sólo fue un espejismo. Los Bills remontaron y nos barrieron en la segunda mitad para jugar su tercera Super Bowl consecutiva. Nunca olvidaré la sensación de rabia y frustración. Ojalá hubiera estado ahí en el campo para evitar la humillación.

 

A pesar de que aún no había cumplido los 6 años, desde ese día lo tuve claro: sería jugador de football. Costase lo que costase. Como me llamo Andrew Austin Wyatt Hawkins.

¡Y vaya si me costó! Hasta la naturaleza tuve en contra. Mi madre me decía que no me preocupase, que ya pegaría el estirón. Pero nunca ocurrió. El tiempo pasó y yo me quedé con mi apenas metro setenta centímetros. El Señor quería que me acostumbrase a ver la vida desde aquí abajo, porque no había planeado ponérmelo sencillo.

 

A pesar de todo, recuerdo mi infancia con felicidad. Allí en Johnstown, Pennsilvania, los Hawkins éramos una celebridad. Mi hermano Artrell jugó en el instituto Bishop McCort High School, un colegio privado católico, y había dejado huella. ¡Y menuda huella! En su año senior fue nombrado “jugador ofensivo del año” en la conferencia después de amasar nada menos que 26 touchdowns y 1487 yardas, 265 de ellas en un sólo partido, lo que fue record de la escuela. Cuando ingresé allí, Artrell ya estaba en la NFL tras pasar por Universidad de Cincinnati, donde le cambiaron a defensive-back, y todos me miraban a mí como su sucesor, esperando que repitiese sus fenomenales actuaciones. Modestamente, aunque no llegué a sus espectaculares números, debo admitir que lo hice bastante bien: nombrado para el segundo equipo del estado como cornerback, all-conference como runningback, y yo también dejé un record en la escuela con mis 9 intercepciones. Pero pese a la presión que me suponía, jamás sentí celos de mi hermano.

 

 

Miento. Que Dios me perdone, pero sí hubo un día que me sentí celoso de él. Fue durante el draft de abril 1998. Toda la familia estaba reunida delante del televisor. Artrell venía de hacer una sensacional campaña senior con los Bearcats, quienes se habían metido por primera vez en una bowl desde 1950. Algunos parientes decían que podría ser hasta primera ronda, otros más realistas apuntaban que entre mitad de la segunda o comienzo de la tercera. La verdad es que había buenos safeties ese año. Los más jóvenes, pasábamos el rato (y los nervios) apostando si el primer pick de los Colts sería para Ryan Leaf o para Peyton Manning. La primera ronda pasó y nadie llamó. Un tenso murmullo llenaba la habitación. De pronto sonó el teléfono. Se hizo el silencio. Era para Artrell. Ninguno oímos nada, sólo le veíamos sonreír. Aguantamos como podíamos las ganas de gritar. Finalmente colgó y dijo dos palabras: ¡los Bengals!

 

Se desató la locura. Mi madre lo abrazaba, abriéndose paso entre los amigos del barrio, con lágrimas en los ojos. Mi padre sonreía orgulloso. Todos aullaban de alegría. Algunos se apuntaban el tanto afirmando que ya lo sabían. Que entre las gradas del estadio de la Universidad de Cincinnati habían visto ojeadores de los Bengals y estaban convencidos de que no iban a dejarlo pasar. Artrell estaba exultante. ¡No tendría ni que cambiar de ciudad! Yo le miraba admirado, como siempre, pensando cómo sería mi propia selección en el draft. Imaginando a mi madre llorando de emoción y mi padre felicitándome orgulloso, con todos los familiares y amigos celebrando mi elección. Sería un día inolvidable, más incluso que el de Artrell.

 

Pero aún faltaba mucho. Primero tenía que ir a una universidad con un buen programa y, aunque no lo había hecho mal en high-school, no hubo muchos colleges interesados en contar conmigo. Los planes se empezaban a torcer, pero no iba a rendirme. Me decidí por Toledo, en Ohio. A Artrell no le fue mal con una universidad de este estado. Seguro que en una universidad más pequeña tendría la oportunidad de destacar para atraer la atención de los scouts. Me matriculé en Marketing y Ventas. Acabar como vendedor después de una etapa exitosa en la NFL no era mal plan.

Pero tendría que trabajar. Y mucho. Los entrenadores me alinearon como receptor, y la competencia era bárbara. De hecho, 5 wide-receivers de aquel año acabaron en profesionales, si bien con desigual fortuna. Me deje la piel en cada entrenamiento para hacerme un hueco en el equipo. Aparecí en 9 encuentros, pero sólo obtuve 2 recepciones. Pero mi esfuerzo no pasó desapercibido. Al año siguiente fueron 11 partidos, y 10 de ellos como titular. Por desgracia, me perdí la GMAC bowl por culpa de una lesión. Sin embargo, nada comparable a la que sufrí mi tercer año, en el que sólo pude jugar 5 partidos. Esperaba que me darían la licencia “red shirt” para que no me contase esa temporada, pero no lo hicieron. Sólo me quedaba un año para demostrar mi valía. De hecho, hubiera podido conseguir mejores números pero en las jugadas de tercer down largo, el entrenador me sacaba del campo para poner un receptor más alto. Como siempre, la estatura jugaba en mi contra y a ella no la podía vencer por más intensidad que luchase. Tenía que hacer algo más, sabía que mi carrera hasta el momento no iba a llamar la atención de ningún equipo.

 

Ya desde el comienzo, pedí ser incluido en los equipos especiales. No tuve que rogar mucho a los entrenadores. Compensaba mi pequeño tamaño con mi velocidad. Era el más rápido del equipo. No tenía rival como gunner. Un poco más me costó convencerles de doblar también en defensa como cornerback. ¡Hacía casi 40 años que ningún rocket lo hacía! Pero tenía la firme voluntad de destacar fuera como fuera. De receptor, cornerback, especial-teamer,… alguien vería algo en mí y me ficharía para la NFL.

 

Quien desde luego sí lo vió fue mi entrenador, Tom Astutz. Como yo jugaba tanto en ataque como en defensa, me llevaba bien con el resto de jugadores. De alguna manera, sin pretenderlo, era un ejemplo para ellos. Cuando el coach creía que algún chico necesitaba algo de ayuda, o un consejo, me llamaba a mí para que hablase con él. Durante dos años, mis compañeros me eligieron como líder de posición. Fue emocionante. Pero nada de eso me distrajo de mi objetivo: entrenar cada día al máximo. Si había algo que pudiera hacer por el equipo, los entrenadores sólo tenían que pedírmelo. Richard McNutt, el entrenador de secundaria, dijo de mí que era un jugador “de la antigua escuela”.

 

Como decía, en mi último año de universidad debía darlo todo. No sólo fui titular los 12 partidos que disputamos, sino que también conseguí el puesto de retornador. Pero donde más destacamos fue en la cobertura de retornos, donde Toledo quedó la primera del país en porcentaje neto de punt. Nuestro punter de entonces, Brett Kern, ahora en los Titans y antes en los Broncos, estuvo nominado entre los mejores de la nación, y en buena medida fue gracias a nuestro trabajo. Además, fui elegido 3 veces para el equipo ofensivo de la semana, y compartí el premio al mejor gunner de la conferencia MAC. Había hecho todo lo posible y más. Ahora era el turno de la NFL para fijarse en mí.

 

3ª y 10. Estamos justo en la mitad del campo. Queda casi todo el 4º cuarto por delante y sólo ganamos por una anotación. Hay que mantener vivo el drive como sea. Tenemos que hacer un esfuerzo extra.

 

Un esfuerzo extra. La frase que podía definir mi vida. Toda la universidad dejándome la piel, en especial el último año. Manteniéndome en forma, mejorando mi condición atlética continuamente. Pero a pesar de todo el esfuerzo, todo el trabajo, todo el sufrimiento, incluso de las buenas palabras de mis entrenadores a los scouts, la NFL no parecía muy interesada en mí. Pasaban los días, se acercaba la fecha del combine, y no llegaba la ansiada invitación. Para mi desesperación, me quedé sin ir a Indianapolis. Aquello fue un golpe muy duro para mis expectativas. Tendrás que hacer un esfuerzo extra, me dijo Chris Hedden, el entrenador de receptores de Toledo, mereces tener éxito.

 

Mi única oportunidad era impresionarles en el Pro-Day, y para él me preparé a conciencia. Confirmaron su asistencia representantes de varios equipos. Recé para que todo fuera bien. Y Dios me compensó con una actuación impresionante. Mi tiempo en las 40 yds fue de 4,34 segundos. De haberlo hecho en la combine, hubiera sido el 2º entre todos los WRs y el 4º entre los CBs. Mi salto vertical de 38 pulgadas hubiera sido la 2ª marca tanto entre los WRs como en los CB’s. Mi tiempo de 4,03 en el shuttle de 20 yardas hubiera sido el 2º entre los WRs y el 1º entre los CBs. Mi tiempo de 6,81” en los 3 conos hubiera sido 6º entre los WRs y 4º entre los CBs… ¿por qué demonios no me llamaron a la combine donde estos números seguro hubieran generado más expectación? Porque el único número que les importaba era el 1,70 de mi estatura. Así de claro me lo dijo mi agente.

 

Llegó el día del draft y nada era como había imaginado. Al contrario que cuando eligieron a Artrell, apenas si había nadie con nosotros. Mi madre se había vuelto a casar y casi no vinieron parientes. Sólo los vecinos, por compromiso, se pasaron un rato. Como era de esperar, no hubo llantos de alegría, ni gritos de histerismo. El draft se acabó y mi teléfono no sonó. Mi madre y me padrastro trataban de consolarme. Artrell me dijo que no perdiera la esperanza, seguro que alguien me contrataría como undrafted. Sólo tenía que hacer un esfuerzo extra. Otra vez.

 

Snap. Dalton recibe en shot-gun. El pocket se colapsa. Dios mío, le va a caer otro sack. No. Se escapa hacia su derecha. Aún hay posibilidades de que haga un pase. Sólo debo conservar mi ruta.

 

Conservar mi ruta. Seguir el plan. No perder la esperanza. Mantenerme en forma. No renunciar a mi sueño. Movilicé a todos mis contactos. Mi padre llamó a algunos amigos que aún trabajaban en los Steelers. Me consta que mi hermano Artrell hizo lo propio con sus conocidos en los Patriots, donde había estado jugando los dos últimos años. Por mi dedicación y versatilidad, yo hubiera encajado perfectamente en el esquema de Belichick. Pero no hubo respuesta. Sólo quedaba rezar.

 

La respuesta divina la recibí en forma de invitación de los Cleveland Browns para su minicampo de rookies. Cleveland estaba apenas a dos horas de Toledo. Seguro que sus ojeadores me habían visto jugar. No todo estaba perdido. Si recordáis, os dije que en mi primer año en Toledo hubo varios WR que acabaron en profesionales. Uno de ellos era Lance Moore, quien también fue fichado como undrafted por los Browns, aunque luego le dejaron ir y le contrataron en New Orleans, donde el verano pasado firmó un contrato de 20 millones. Quizá yo también siguiera sus mismos pasos.

 

Me volqué en esos entrenamientos. Dí todo lo que tenía. Ellos me dijeron que estaban impresionados y me iban a contratar. Pero pasaron los días, las semanas, y no llamaban. Finalmente contrataron a un linebacker. Cuando les pregunté por qué, me contestaron, entre risas, que el tamaño importa. ¡Malditos prejuicios! ¡Es que no me han visto en el campo, nadie es tan rápido ni se entrega tanto como yo! Estaba furioso. Les pedí que me dejasen una copia del video con mi actuación en las sesiones de entrenamiento para así poder enviarla a otros equipos, pero se negaron en redondo. Les supliqué, les insistí, les escribí cientos de cartas. Era mi futuro, debía pelear por conseguir esa grabación. Pero no hubo manera. Por fortuna, Dios me echó una mano. Un amigo entró a trabajar en los Browns y, de una forma que no diré, me consiguió aquella cinta.

 

Pero era tarde. Los equipos ya estaban formados. Sólo cabía esperar alguna baja de última hora. No perdí la esperanza. Pero no tenía un dólar. Sin trabajo en la NFL algo tenía que hacer para subsistir. Mi compañero de universidad, el WR Steve Williams me ofreció su sofá en su casa, y aquella fue mi cama. Una estantería sobre la lavadora, mi taquilla. Empecé a trabajar limpiando suelos en una fábrica de turbinas en Toledo, por 9,50$/hora, en turnos de 16 horas. Casi siempre de noche, porque por el día hacía de caddie en un club de golf. Fueron meses realmente duros. Pero no perdí la fe. Hadden, mi entrenador de receptores en college se enteró de mi situación y me contrató como asistente en Toledo. Aproveché la oportunidad para terminar mis estudios universitarios. Viendo que mi sueño se esfumaba, había que pensar en un plan “B”.

 

Las escrituras dicen que las buenas acciones tienen su recompensa. Algo bueno tuve que hacer en Toledo, porque Dios me recompensó con la amistad de buenas personas. McNutt, mi entrenador de secundaria, fue contratado por los Lions, y una vez allí me llamó para un contrato en prácticas. El trabajo era de ojeador, y lo único que vi, es que yo era tan bueno como cualquier chico que había allí. Nunca estaré lo suficiente agradecido a McNutt por su oferta, porque aquello me hizo ver que no todo estaba perdido, que aún podía realizar mi sueño de ser un jugador profesional. Sólo tenía que seguir insistiendo, trabajar duro, y rezar.

 

Mi primo Geroy Simon jugada en la liga canadiense. Me dijo, ¿por qué no pruebas aquí? Muchos jugadores sin trabajo tras la universidad habían utilizado la CFL como trampolín para llegar a la NFL. ¿Por qué no podría ser éste mi caso? Le pedí a mi agente que ofreciese mis servicios en Canadá. Mientras, yo seguía trabajando duro y rezando.

 

Mis oraciones fueron escuchadas y el milagro se produjo. En Diciembre de aquel año, aún con toda una temporada sin haber jugado, los Montreal Alouettes me ofrecieron un contrato para unirme a ellos la temporada siguiente. Mi sueño por fin empezaba a tener forma.

 

Red Rifle se escapa de la presión. Corre hacia la derecha. Ha visto que estoy desmarcado. Me lanza el balón. Por favor Señor tengo que atraparlo. No podemos fallar y que nos quede un cuarta y largo.

 

“Cuarta y largo”. La primera vez que vi el anuncio en televisión me sonó a broma. Hasta que un amigo, que me llamó tras presentarse al concurso, me lo confirmó. ¿Que Michael Irvin está rodando un reality-show con jugadores de football sin equipo, cuyo premio es hacer la pretemporada con los Cowboys y la posibilidad de ganarse un puesto en el roster? ¿Te estás quedando conmigo? Pues no. La cadena ESPN iba a emitir este programa bajo el nombre “4ª y largo”, y aún quedaban un par de plazas disponibles. Era la primavera de 2009, y yo no debía incorporarme a la disciplina de los Alouettes hasta el verano, así que me dije, ¿por qué no? Podría ser una gran oportunidad para mí, puede que la única que tuviera de entrar a la NFL. Pero estaba en Texas, trabajando todavía como scout, y no podía viajar a Los Angeles, donde se rodaban los episodios. Les envié 20 copias de un DVD con mis mejores actuaciones (en las que se incluían mis actuaciones en aquel minicampo de los Browns que tanto trabajo me costó conseguir). Tuve la suerte de que les gustase lo que vieron y que me pagasen el billete para ir allí y competir con otros 49 chicos por una plaza en el programa. El Señor me iluminó y tras una buena práctica en el casting, quedé incluido entre los 12 finalistas. Aunque a decir verdad, tratándose de un reality, no creo que Dios tuviera tanto peso en la decisión de elegirme, como mi historia de barrendero y caddie a tiempo parcial.

Desde el primer programa (cuya estructura era simple: 6 WR y 6 CB competían entre sí, y cada semana se eliminaba uno), dominé en todos los ejercicios: los físicos, placajes, bloqueos, unos contra uno, retornos,… El único que estaba a mi altura era el WR Jesse Holley, de North Carolina. Debía ser mi más enconado rival, pero en lugar de eso, nos hicimos grandes amigos. Programa a programa, yo era quien más destacaba y el favorito del público. Hasta que llegó la gran final. Pero allí, una vez más, cuando Dios me ponía delante una oportunidad, con la misma celeridad me la arrebataba. En aquel último episodio cometí mi único error de los 10 programas. Nunca un drop fue tan doloroso. Holley acabó con mejor puntuación que yo, pero aún así, varios de los jueces defendían que yo merecía ganar, por mi versatilidad, habilidad para jugar en equipos especiales y mi carácter. No obstante, quien acabó estrechando la mano de Jerry Jones fue Jesse. La razón: él medía 1,90. Una vez más, mi corta estatura fue mi condena.

 

Aunque me alegré por Jesse, quien también tuvo su momento de gloria en el primer partido de temporada regular de la campaña siguiente con una larga recepción que aseguró el triunfo de los Cowboys en San Francisco, yo estaba completamente desolado. Por suerte, aún me quedaba la baza de la CFL. Los Alouettes, aunque no les había hecho mucha gracia mi aventura televisiva, seguían contando conmigo. Si lo hacía bien en Canadá, quizá tuviese otra oportunidad.

 

El balón viene hacia mí. Tengo atraparlo. ¡Ya es mío! Ahora hay que asegurar el primer down saliéndome por la banda. Espera. Leonard viene por detrás a bloquearme al defensor. Quizá pueda conseguir algo más de ganancia si corto hacia dentro…

 

Conseguir algo más. Puede que la ambición no sea una actitud muy cristiana, pero siempre ha sido mi motor. Nunca me he desanimado. Siempre he confiado en mis facultades. No es soberbia, sino fe. En el trabajo. En que las buenas acciones son recompensadas. En que si Dios me ha hecho vagar por un camino empedrado, tendrá sus razones. Lo cierto es que nunca me ha cerrado una puerta sin abrirme después una ventana. Por tanto, no debo desfallecer.

 

Y eso que mis comienzos en la CFL no fueron nada prometedores. No entré en acción hasta la octava semana de competición. Pero poco a poco, mi esfuerzo se fue imponiendo y pude conseguir más tiempo de juego. Cuando conseguí mi primera anotación de TD como profesional, en el día de Acción de Gracias, fue toda una señal. Mi sueño estaba muy cerca de cumplirse. Los Alouettes estábamos haciendo una gran campaña, y mis actuaciones como receptor y retornador no estaban pasando desapercibidas en mi país. De nuevo los Browns estaban interesados en mis servicios. Sólo necesitaba una buena actuación en semifinales, donde éramos favoritos, y después en la Grey Cup para hacerse realidad.

 

Pero una vez más, el Señor quiso ponerme a prueba. En concreto, a mi tobillo. En semifinales me lo rompí y no pude jugar la Grey Cup. El interés de los Browns también se desvaneció. Ni el hecho de que mis compañeros levantasen el trofeo ayudó a animarme. Otra vez tendría que empezar de cero. Otra vez hacer un esfuerzo extra.

 

Aquel verano de 2010 fue espantoso. Tenía que ganar tiempo a la recuperación. Si me perdía otra temporada, sería el fin. Día y noche trabajaba en la rehabilitación, entre insoportables dolores y la estupefacción de los médicos. El Señor me debió perdonar por mentirles cuando me preguntaban si estaba bien, porque pude comenzar la temporada con Montreal. No obstante, aquella temporada, aunque repetimos triunfo en la Grey Cup, mis números no fueron espectaculares. 28 recepciones, 326 yds, 3 TDs, 21 yds de media de retorno en kickoff, pero sólo 7 en los de punt. Mis entrenadores veían mi talento, pero no encontraban la forma de plasmarlo en el campo. Aquel era mi último año de contrato, y no me renovaron. Mi sueño se acababa. Jamás jugaría en la NFL. No podía quejarme. Había conseguido ser jugador de fooball profesional, y ganar dos campeonatos de la liga canadiense. No estaba nada mal. Pero yo siempre he querido más, y no estaba dispuesto a rendirme.

 

¡Buen bloqueo Leonard! Ya tenemos el primer down, pero puedo conseguir más. Si consigo zafarme del cornerback, hay hueco hasta la end-zone. Ahí está, tan cerca pero tan lejos. Si me esfuerzo puedo llegar, puedo conseguirlo.

 

Como ya os he dicho, cada vez que Dios me cerraba una oportunidad, otra se me abría. De alguna manera, mi actuación había despertado interés en la NFL, y dos equipos me habían invitado a sendos work-outs. ¡No podía creérmelo, uno de ellos eran los Bengals!

 

Los Bengals. Nunca olvidaré ese día. 5 de Enero de 2011. La víspera de la Festividad de los Reyes Magos, la divina providencia me daba el regalo de tener una oportunidad de jugar en el equipo de mi hermano Artrell. En mi equipo, debería decir, porque de tantas veces verlo jugar, los Bengals se habían convertido en mi equipo favorito. Incluso en ocasiones, Artrell me llevaba a los entrenamientos, en el antiguo estadio Riverfront. El nuevo Paul Brown Stadium ya no había que compartirlo con los Reds de béisbol, pero aún conservaba alguno de los antiguos empleados. Uno de ellos me reconoció. ¡Hey, pequeño Hawkins! Saluda de mi parte a tu hermano. ¿Te ha perdonado ya lo del balón? -me preguntó con una sonrisa-.

 

Artrell era muy querido en Cincinnati. Tras retirarse de la NFL se había establecido aquí con su familia. Tenía su propio programa deportivo en una radio local, y promovía numerosos actos benéficos. Además, aún conservaba el record de la jugada más larga de la franquicia, una intercepción a Carr para TD de 102 yardas, en un partido jugado en Houston en 2002. Pero no me podía creer que hubiese ido contando por ahí lo del balón. En su año rookie, tras una victoria, tan épica como inútil, de los Bengals en Pittsburgh, se quedó como recuerdo el balón que interceptó en aquel partido. Yo no sabía lo importante que era para él, sólo tenía 12 años, así que, junto con mi hermano Avery, lo usamos durante años para jugar en el patio. ¡Qué iba a hacer, no teníamos otro balón en casa con el que jugar! Cuando Artrell se enteró, el balón estaba hecho polvo. No le hizo ni pizca de gracia. ¿Si me perdonó? Por supuesto que sí. De hecho, aquel verano de 2011 le contrataron los Steelers como asistente al entrenador de secundaria para el training-camp. Desde allí trató de convencer al staff para que me fichasen, ¡aunque fuera como cornerback! Todos los tildaron de loco, de guiarse únicamente por el amor fraternal. Pero cuando en mi primer partido contra los Steelers, con Artrell invitado en la banda, conseguí atrapar 5 pases para endosarles 56 yardas, empezaron a mirarle de otra manera.

 

Pero no adelantemos acontecimientos. Aquel era el momento de demostrar toda mi valía. Recordé aquellos entrenamientos en los training-camps a los que me llevaba Artrell. Aprendí mucho viéndole emparejado junto a Houshmandzadeh y Chad Johnson, dos de mis ídolos. Junto a Santana Moss, claro. La práctica fue muy bien, y Lewis me dijo que estaban interesados en contratarme. No podía estar más feliz.

 

Pero tenía apalabrada otra práctica con los Rams, y a la semana siguiente fui a San Luis. Ellos también se quedaron entusiasmados conmigo y me ofrecieron un contrato de dos años. Debía pensar con la cabeza y no con el corazón. Los Bengals tenían a Chad Ochocinco, Terrell Owens y varios jóvenes obtenidos en rondas altas del draft: Simpson, Caldwell, Shipley… Realmente, sería muy complicado conseguir una plaza de roster allí. Sin embargo, los Rams tenían a… ¡nadie! Con pena, debo admitirlo, renuncié a jugar en Cincinnati para firmar con San Luis.

 

Pero la historia de mi vida volvió a repetirse. Cada vez que se me ponía delante una oportunidad, pasaba algo que la echaba a perder. Y aquel año fue lo inaudito: una huelga que impedía cualquier tipo de contacto entre jugadores y clubes. En todo el tiempo de hold-out, no pude hablar con nadie de San Luis, ni ellos conmigo. Como olvidándose completamente de mí, los Rams draftearon a Salas y Pettis, que se unieron a los Amendola, Alexander, Clayton,.. ya no había sitio para mí. El nuevo coordinador ofensivo, Josh McDaniels, no vaciló en cortarme tras el primer día de training-camp. Era una cuestión de números, me dijo. No tuvo el valor de decirme la verdad a la cara. Que como todos, el único número que le importaba era el de mi estatura. ¿Sería Dios tan cruel de sólo dejarme disfrutar mi sueño en un equipo de la NFL durante un único día?

 

 

Por supuesto que no. Tras cerrarse la puerta de San Luis se volvió a abrir la de Cincy. ¡Alabado sea el cielo! Ya me veía otra vez mendigando una plaza en la CFL. No podía seguir empeñado en conseguir un sueño, jugar en la NFL que cada vez parecía más lejano. Tenía que aceptarlo, sentar la cabeza y empezar a ganar dinero porque además, Dios nos había bendecido a mi pareja y a mí, y estábamos esperando un hijo. Pero por suerte, Lewis no se había olvidado de mí, y me reclamó en waivers. La historia había cambiado completamente desde el invierno anterior. Ahora, Ochocinco y Owens ya no estaban allí, y las posibilidades de conseguir una plaza de roster estaban absolutamente abiertas.

 

El primer training-camp nunca se olvida. Aquel caluroso verano en Georgetown todo era nuevo para mí. Pero lo mejor es que era nuevo para todos. La huelga había reducido al mínimo los entrenamientos y todo el mundo andaba como loco. Además, el equipo estrenaba nuevo coordinador ofensivo, y se perfilaban como titulares en los puestos de QB y WR1 los rookies Dalton y Green respectivamente. A mí me relegaron al segundo equipo, pero no me importó. Tuve la suerte de reencontrarme con Bruce Gradkowski. Bruce había sido mi QB en Toledo entre 2004 y 2005. Estaba como flotando, mi sueño estaba cerca, pero había que seguir trabajando. El 21 de Agosto hice mi primera recepción como profesional en la NFL. En Nueva York, nada menos. En un estadio impresionante, con el público volcado, y la televisión, y la prensa, y Rex Ryan, y Revis-island, y… era pretemporada, pero a mí de daba igual. Nada iba hacer que dejase de disfrutar aquel momento. Ni siquiera la tensión de saber que a medida que avanzaban los días y hubiera que recortar la plantilla, podría despertar de mi sueño en cualquier momento.

 

Y el momento llegó el 3 de Septiembre. Los cortes finales. La duda estaba Whalen, un rookie de Stanford drafteado en 6ª ronda, excelente chaval por cierto, y yo. ¿Y qué pasó? Pues como podéis suponer si estáis leyendo toda la historia, el perjudicado fui yo. De nuevo, todo mi enorme esfuerzo en pretemporada se iba al traste por mi diminuta estatura. No obstante, Lewis me dijo que contaba conmigo para el practice-squad. Y cumplió su promesa. Pero por otro lado, el mismo día cortaban a Quan Cosby, un chico de unas características similares a las mías para traer a Brandon Tate, otro retornador… más alto. Sinceramente, no contaba con mi carrera fuese a llegar más lejos, ni que vida diese el giro que finalmente dio.

 

He conseguido librarme del cornerback. Sólo queda un defensa. Puedo conseguirlo. Hey, no esperabas esta finta, ¿verdad? Tengo la end-zone tan cerca, casi llego, casi llego…

 

Casi llego a entrar en el roster. Por muy poco. Por suerte, conseguí plaza en el practice squad. Si seguía trabajando duro, y le hacía una finta al destino, tendría mi oportunidad.

 

Mi oportunidad llegó con la lesión de Shipley. Nadie podía desear ningún mal al bueno de Jordan, pero lo cierto es que su desgracia fue mi fortuna. Ambos jugábamos en el mismo puesto (slot-receiver) y su inclusión en IR y mi subida al roster principal fue simultánea.

 

Por fin se había cumplido mi sueño. Debutar en un partido oficial de la NFL. Tanto sufrimiento, tanto esfuerzo, tanta lucha por fin habían dado fruto. Como si de una broma del destino se tratase, mi primera intervención se produjo en un partido contra los Bills. Los mismos Bills que cuando apenas contaba 5 años arruinaron mi sueño infantil y, en cierta medida, generaron mi obsesión por convertirme en jugador profesional. Buffalo venía como un tiro y dominaba aquel partido, pero quiero pensar que mis dos recepciones para 43 yds contribuyeron a que le diéramos a vuelta a aquel encuentro y, me atrevería a decir, a lo que se esperaba de nosotros para aquella temporada supuestamente de transición.

(Foto de Gregory Shamus/Getty Images)

 

Mi participación se limitaba prácticamente a los equipos especiales. Pero de vez en cuando, Gruden me daba alguna jugada en ataque, en ocasiones, en comprometidos terceros downs (¡qué curioso, en college siempre era sustituido en estas circunstancias!). No debía hacerlo muy mal, porque podía oír al estadio aclamándome. Por primera vez en mi vida, la estatura no una problema. Al contrario. Ser tan pequeño rodeado entre tanto gigante me hizo ganarme el afecto de los aficionados, que inmediatamente me apodaron “baby hawk”.

 

Aquella campaña 2011 fue inolvidable. De estar considerados el peor equipo de la liga, nos conseguimos meter en playoffs. ¡Qué pena que no pudiésemos llegar más lejos! Tras dos años consecutivos sin perder una eliminatoria en Canadá, resultaba frustrante caer eliminado a las primeras de cambio. Pero lejos de estar abatidos, todo el grupo estaba ilusionado en que el año siguiente sería mejor. Y yo ya formaba parte de aquel grupo. Los Bengals me renovaron por un año más por casi medio millón de dólares. Ya era uno más de la NFL. Mi sueño cumplido. Incluso podía decir tranquilamente la verdad. Cuando ofrecía mis servicios a la NFL decía que mi estatura era de 1,75. Ahora puedo decir con orgullo que realmente es de 1,70 ¿y qué? ¿quién de ellos va a batirme?

 

La 20, la 15, la 10… ahí está la end-zone. Estoy a punto de conseguir el TD, mi primer TD en la liga. Pero hasta que no llegue tengo que seguir corriendo, no debo relajarme.

 

No debo relajarme. Tengo que seguir esforzándome. Una cosa se aprende enseguida en la NFL: lo que hiciste ayer no sirve para nada. Venía de completar una estupenda campaña: haciendo el trabajo sucio en equipos especiales, contribuyendo en la ofensiva cuando se me requería, siendo el favorito de los aficionados, apareciendo en numerosos programas deportivos… Sinceramente, me veía como uno más del equipo. Pero si algo me había enseñado la vida es que no podía dar nada por hecho. Aquella primavera, los Bengals habían drafteado no uno, sino dos wide-receivers: Mohamed Sanu en 3ª ronda y Marvin Jones en 5ª. Más competencia. Otra vez a empezar de cero. Otro esfuerzo extra.

 

No me desanimé. Apreté los puños y seguí esforzándome al máximo durante el training-camp. Todas las lágrimas ya las había gastado en el pasado. Sabía que tenía mi oportunidad, a pesar de que no era ajeno a lo que se decía de mí. La prensa publicaba sus predicciones para el roster 2012 y en todas las listas quedaba fuera. No podía creerlo. Incluso parecía haber perdido la simpatía de los aficionados, quienes se mostraban más entusiasmados con los nuevos juguetes obtenidos en el draft. Era una constante: en los chats, en los foros…, siempre me dejaban fuera. Incluso en el foro de NFLhispano, un tal antoniomagon afirmaba que no tenía sitio en el equipo. Tenía que demostrarles a todos, una vez más, que se equivocaban.

 

Llegué al día de los cortes finales con el corazón en un puño. El corte, pocos días antes, del bueno de Jordan Shipley, que aún no estaba recuperado al 100% de su lesión de rodilla, abría un poco mis posibilidades. Tradicionalmente, Lewis sólo conservaba 6 WRs, y tenían plaza asegurada Green, Tate, Binns, Sanu y Jones. De nuevo, entre Whalen y yo, uno sería el descartado. Sabía que Ryan le encantaba a Gruden por su exquisita manera de correr las rutas. Pero mi apoyo era Simmons, el entrenador de equipos especiales, quien confiaba en mí como gunner, aunque yo le pedía que me probase también como retornador para aumentar mis opciones. Finalmente, ocurrió lo inesperado: ¡Lewis mantenía 7 WRs por primera vez en su carrera! Lo había conseguido. Empezaría la temporada como uno más. Como un auténtico jugador de la NFL. Como había soñado desde que tenía 6 años.

 

La 10, la 5… ¡Touchdown! ¡Touchdown! El público grita como loco. Lo he conseguido. Lo primero, dedo al cielo para agradecer al Altísimo todo lo que ha hecho por mí. Después, balón al suelo, como con dejadez, sin darle importancia. Trabajo hecho. Misión cumplida. Partido sentenciado.

 

Y qué partido. No podía ser contra mejor rival. Los Browns. Los Browns que tras el minicamp rookie prometieron contratarme y no lo hicieron. Los Browns que después no me quisieron ni dar las imágenes que habían grabado de mí. Los Browns que pensaron que ya no tenía futuro tras lesionarme en la CFL. La venganza no es una actitud cristiana, pero reconforta.

 

Y qué touchdown. 50 yardas, casi todas tras la recepción, logradas a puro coraje. Un touchdown que podría resumir perfectamente cómo ha sido mi vida. Un touchdown que fue durante dos días highlight en SportsCenter. Un touchdown inolvidable.

 

Tras el partido pedí ese histórico balón de mi primer TD en la NFL… para dárselo a Artrell como compensación por el que le rompí de pequeño. Para agradecerle todo su apoyo. Ojalá pudiera compensar de igual forma a todos los que tanto me han ayudado en mi carrera.

A la semana siguiente, conseguí ante los Redskins otro TD de más de 50 yardas, hecho que no ocurría en los Bengals desde hacía más de 30 años, siendo felicitado tras acabar el partido por el ídolo de su juventud, Santana Moss.

 

Aquella temporada acabó con el equipo clasificado para playoffs con un balance de 10-6 y aporté 533 yards y 4 maravillosos touchdowns. Mi puesto en el equipo se afianzaba y por fin podía decir que mi presencia en la NFL tendría continuidad, había acabado como el 3er mejor WR de los Bengals y de mi puesto de privilegio sólo podía desbancarme un chavalito de New Jersey llamado Mohamed Sanu que había llegado el año pasado y aunque apuntaba maneras (sobretodo de QB) aún tenía que formarse. Sin embargo el destino quiso ponerme a prueba otra vez. Durante el Trainig Camp, tras una recepción, resablé y noté un fuerte dolor en mi tobillo. Me temí lo peor pero parecía que no era demasiado importante a tenor del diagnóstico de los médicos del equipo. Yo por entonces desconocía que cuando los médicos de los Bengals dicen que estarás dos semanas de baja, en su particular percepción del espacio-tiempo, para el resto de los humanos significa dos meses y me fui directamente a la IR con posibilidad de volver…pero ya en la semana 9 de competición.

 

Ponme a prueba otra vez como antaño hiciste, Señor. Nadie dijo que jugaría en la NFL y aquí estoy. Puedo demostrarte una vez más que a pesar de todos los palos que le pongas a las ruedas de mi vida, yo conseguiré mi objetivo.

 

Hice un gran esfuerzo para estar preparado tanto física como mentalmente para mi ansiada vuelta a los campos y el 31 de Octubre, en Miami, con un balance prometedor de 6-2 para los Bengals volví a pisar el terreno de juego. No tuve mucha participación, a penas 1 recepción para 10 yardas, pero ahí estaba de nuevo, dando guerra.

El resto de la temporada 2013 pasa sin pena ni gloria en el aspecto personal pero estoy en un equipo ganador con aspiraciones a todo, quién me lo hubiera dicho!. Se empieza a hablar de los Bengals como un posible aspirante a la SuperBowl, campeones de división con un balance de 11-5 y el partido de Wildcard contra unos más que asequibles San Diego Chargers en casa, en nuestro bastión inexpugnable. Nadie nos había ganado en toda la temporada en el Paul Brown Stadium. Incluso habíamos dejado a los Patriots en 6 puntos acabando con un récord de partidos con TD de Brady desde hacía no sé cuánto tiempo. Lo teníamos todo a favor!, por fin tendrían que callarse con la tontería de no ganar un partido de PO desde 1991!…pero los partidos se tienen que jugar, y sobre todo se tienen que preparar bien y esa noche aciaga del 5 de enero de 2013, qué casualidad!, justo 2 años exactos desde mi primer work-out con los Bengals, perdimos incomprensiblemente y con una actuación horrible.

Fue una verdadera lástima, pero en mi interior estaba satisfecho. Me había ganado cada uno de los 555.000 $ que me habían pagado. Acababa contrato y tanto Sanu como Jones habían aprovechado su oportunidad. El draft del 2012 en lo que a WR se refiere había sido magnífico!. El puesto de privilegio que me había ganado en 2012 dentro del equipo ya no era tan claro y el 2014 volvía a presentarse complicado.

Pero el Señor supo recompensar el esfuerzo y el tesón que siempre había puesto en todas las cosas que me proponía. Entrábamos en el mes de marzo del 2014 y recibí una llamada de Mike Pettine, nuevo entrenador de los Browns desde el 14 de enero. Contaba conmigo! y lo que era más, contaba conmigo con un contrato 8 cifras!, sí, 8!. El dinero nunca había sido para mí lo más importante, pero, qué queréis que os diga!, una cifra de 13.600.000 $ en 4 años y con un bono de 3.8000.000 $ sólo por firmar era algo que no podía rechazar.

Firmé el contrato el 14 de marzo, pero los Bengals tenían preferencia sobre mí, y si igualaban las cifras que los Cleveland Browns habían puesto encima de la mesa, me quedaría en Cincinnati. Los Bengals tenían que decidirse antes del día 18 y en esos cuatro días muchos sentimientos se cruzaron en mi cabeza. Los Bengals eran el primer equipo que había confiado en mí, era donde había jugado mi hermano Artrell, era mi equipo!, pero no podía olvidarme tampoco de que los Browns, después del fracaso en el Draft de mi promoción, era el equipo que me había dado la oportunidad de entrar por primera vez en contacto con la NFL a través de su minicampo de rookies y ahora era el primer equipo de la NFL que me ofrecía un contrato estable por 4 años y una cantidad de dinero que jamás habría podido imaginar. ¿ Dónde jugaría en 2014?, ¿En Cincinnati?, ¿En Cleveland?…sólo el Señor lo sabía…y yo no tuve que esperar mucho más, antes incluso de que expirara el tiempo de respuesta para los Bengals, éstos declinaron igualar la oferta y me convertí en  jugador de los Cleveland Browns!

 

Y, sentimentalismos a parte, creo que el cambio fue para bien. Sinceramente jamás confié en que Mike Brown pagara ese pastizal por mí, pero no le guardo ningún rencor, creo que hizo lo correcto viendo la calidad del elenco de WR que en ese momento había en Cincinnati.

En Cleveland me recibieron con los brazos abiertos. El equipo estaba en medio de una profunda renovación y su nuevo GM, Ray Farmer intentaba cimentar las bases para la construcción de un equipo ganador a medio plazo. Habían depositado una gran confianza en mí y debía responder en la misma medida. Tocaba partirse la pana con el veterano Miles Austin, que acababa de llegar de Dallas, Travis Benjamin, el rookie Taylor Gabriel…y salí airoso!. Acabé la temporada como máximo receptor del equipo con 824 yardas y 2 TD. Lástima que tras un prometedor inicio y mitad de campaña en la que nos llegamos a colocar con un balance de 7-4, las lesiones de Hoyer y posteriormente de Manziel no nos ayudaron demasiado y perdimos los últimos 5 partidos de la temporada. Además, en 2014 la AFC Norte fue la mejor división de toda la NFL colocando a nuestros otros 3 rivales en Playoffs.

Pese a las lesiones de mis compañeros y un comienzo de «era» un poco titubeante para los Browns, estaba lleno de ilusión para el 2015. Me sentía a gusto en el equipo y Pettine seguía confiando mucho en mí. El balance de 7-9 cosechado en 2014 tras tanta renovación debía inspirarnos y darnos fuerza, algo grande podía estar comenzando. Le pedí al Señor que nos respetaran las lesiones y que Josh McCown pudiera acabar la temporada como QB titular a la espera de formar un poco más al portentoso pero también infantil y caprichoso Manziel. Nada de eso sucedió.

Parece ser que el Señor me fue de nuevo esquivo y no sólo McCown no pudo acabar la temporada sino que tampoco la pude acabar yo ni casi la mitad del equipo. En la semana 7, contra los Rams sufí un severo golpe que me dejo un par de semanas de baja pero lo peor estaba por llegar.  En la semana 10, justo cuando retornaba al equipo, sufrí un golpe inhumano por parte del LB Jarvis Jones de los Steelers (nota del autor: Cómo no!) que me llevó directamente al hospital y acabó con mi temporada.

 

Con a penas 27 recepciones para tan solo 276 yardas y pudiendo jugar sólo 8 de los 16 partidos me sentía decepcionado. El equipo había cosechado una temporada decepcionante con un mísero balance de 3-13 y todos los brotes verdes que se avistaban justo el año anterior se marchitaron. Parecía que la era Pettine estaba a punto de acabar y yo había sido una de sus grandes apuestas. De nuevo, mi futuro en la NFL volvía a ser incierto. Mis perspectivas para el 2016 eran imprecisas.

Durante la offseason de 2015 y después de las dos contusiones que había recibido durante la temporada me involucré junto con mi hermano en el tema de las conmociones cerebrales en la NFL. Estuve en contacto con la familia de Mike Webster e incluso con el doctor Omalu y promocionando la pelicula protagonizada por Will Smith «Concussion» («La verdad duele» en España)

 

 

Volviendo al tema deportivo, el Señor aprieta pero no ahoga, y tras la esperada destitución de Pettine el nuevo entrenador principal de los Browns pasó a ser Hue Jackson, coordinador ofensivo en Cincinnati. Cuando yo me marché de los Bengals él era el entrenador de los RB pero al menos no era un total desconocido para mí. Tal vez yo no era el prototipo de receptor que él quería, de hecho lo demostró en el draft escogiendo a 5 WR: Corey Coleman en primera, a Ricardo Louis y Seth DeValve en cuarta y a Jordan Payton y Rashard Higgins en quinta, pero me daba un año para demostrarle que podía continuar jugando al football entre la élite.

Nada fue bien en el 2016 en Cleveland. Era de nuevo un equipo en construcción y yo cada vez era un poco menos joven. El balance de 1-15  y mis números particulares, 33 recepciones para 324 yardas y 2 touchdowns lo dice todo.

Mis 30 años no cuadraban demasiado con el enfoque de rejuvenecer al equipo que Hue Jackson tenía en mente. A pesar de sus deseos de mantenerme dentro del roster como figura veterana para apoyar y ayudar a la camada de recpetores rookies que a penas acababa de aterrizar en el equipo yo seguía teniendo mis ambiciones y el tiempo se me acababa. Estaba claro que los Browns no eran unos aspirantes al título y no podía perder mi última oportunidad para recalar en un equipo con posibilidades. De mutuo acuerdo decidimos rescindir el contrato y tengo tan buenas palabras para los Browns como ellos las tienen hacia mi.

Guíame por el camino correcto, Señor. Y ten por seguro que mientras tú digas que avance seguiré por él contra viento y lluvia. Cuando digas que pare, moraré según tu voluntad ya sea en el mar o el desierto y continuaré sirviéndote hasta el final de mis días.

Y de nuevo el Señor quiso darme otra oportunidad. ¿Deseaba un equipo puntero?, ¿Qué equipo más puntero podría haber que los actuales campeones de la NFL?. New England iba a ser, para bien o para mal, mi última morada como jugador de la NFL.

 

Pero después de tantas vicisitudes y tantas trabas en el camino, la edad no perdona y las fuerzas empiezan a flaquear. Al iniciar el training camp a penas hace unos días he notado que no soy el de antaño. La fuerza y la agilidad de ese chico que jugaba como WR o CB en el Bishop McCort High School y en la Universidad de Toledo se han esfumado. Es una sensación agridulce. Sigo sintiéndome jugador de la NFL pero he madurado mucho como persona e incluso me he sacado la licenciatura en Administración Deportiva por la Universidad de Columbia buscando horas de donde no había. ¿Tal vez el Señor esté pidiéndome que pare?. ¿Tengo fuerzas suficientes para encontrar un hueco en la plantilla final de un equipo con receptores del nombre de  Julian Edelman, Brandin Cooks, Chris Hogan, Malcolm Mitchell y Danny Amendola?. Creo que no, es una decisión muy difícil pero la tengo que tomar. Hoy, 25 de Julio de 2017 anuncio mi retirada como jugador de la NFL.

He podido comprobar en mi propia piel que de ser un profesional del mejor deporte del mundo a trabajar 16 horas y dormir en un sofá apenas van unos detalles. Y Dios y la gente buena que me ha rodeado han contribuido a conseguir poco a poco, que esos detalles me favorecieran. Gracias. Gracias a todos. Y si alguien ha conseguido leerse entera toda mi historia, recordadla. Nunca os desaniméis. No perdáis la esperanza por difícil que se os haga el camino. Luchad por vuestros sueños.

 

 

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