La temporada 2019 no quedará almacenada en nuestra memoria en el rincón para recordar. La inyección de ilusión que supuso el relevo en el puesto de entrenador se fue difuminando a medida que caían una tras otra las derrotas. Todo lo que podía salir mal, salió mal. Algunas circunstancias, como las lesiones, escapan al control de la franquicia; pero en otras, estuvo directamente implicada, ya sea por mala planificación o ejecución. No creo que ganemos nada ocultándolas o minimizándolas, sino que considero importante que se recuerden para evitar repetirlas.
La agencia libre pasó con más pena que gloria
El constante desprecio hacia la agencia libre fue el germen de la pésima campaña. Mucho tuvo que ver el excesivo tiempo empleado tanto en la contratación del nuevo entrenador, como éste después en confeccionar su equipo de trabajo. Muchas cosas se hicieron de manera precipitada e incoherente.
Se renovó a dos paquetes como el RT Hart y el LB Preston Brown con contratos desorbitados para su escasa contribución en el campo. Habían llegado con un contrato de un año a prueba, probaron que no valían, y aun así renovaron. Inconcebible. Por las mismas fechas se fichó al mediocre OG Miller Algunas de sus consecuencias las seguimos pagando todavía. También se renovó, a una cantidad seguramente desproporcionada para su calidad, al TE Uzomah. Ya cuando llegó el calor y se evidenció la descomposición de la línea ofensiva, se fichó al retirado G/T Jerry y a nuestro conocido y nunca bien recordado gordito favorito Andre Smith.
Para la defensa, Anarumo recurrió a dos viejos conocidos: el DE Wynn y el CB Webb. Por desgracia, el primero se lesionó. Por desgracia, el segundo no. Se cortaron las ataduras con Burfict, algo que nadie discutió. Sin embargo no se contrató a nadie para reemplazarle, lo que todos discutimos. La agencia libre se marchó, y no sólo no lo aprovechamos para reforzar el equipo, sino que la plantilla quedó incluso peor que estaba.
Las únicas notas positivas fueron las renovaciones del TE Eifert y el CB Dennard. Ambas por un capital bastante razonable, pero sólo por un año, por lo que este año nos encontramos en idéntica situación con ellos (o peor, porque vienen de mejores actuaciones).
Un draft demoledor
Como de costumbre, las esperanzas hubo que depositarlas en el draft. Ciertamente, éste comenzó de forma inmejorable. La fortuna hacía caer a nuestra elección a Jonah Williams, el mejor OT de la promoción. Sin embargo, cuando la suerte dejó de ser un factor, se evidenciaron la bisoñez de nuestro cuerpo técnico y las discutibles gestiones de scouting.
En segunda ronda se drafteó a Sample, un TE bloqueador. Un jugador de 4ª ronda en 2ª, que se lesionó mediada una temporada de novato bastante decepcionante. El tercera ronda se escogió al LB Pratt, puede que el rookie de mayor impacto, pero más por cantidad de juego que por calidad. De los 3 jugadores de 4ª ronda, solamente Jordan tuvo alguna trascendencia. Titular al inicio, hasta que su inexperiencia se volvió insostenible y fue relegado al rincón de pensar. En la parte final de la competición retornó a la alineación y se convirtió probablemente en la única luz de una promoción muy oscura. Sus compañeros de 4ª ronda, el DT Wren apenas entró en la rotación, y el QB Finley resultó un fiasco. De ahí al final, de los 4 drafteados sólo sobrevivieron los runningbacks, pero Anderson se lesionó en pretemporada y Williams no llegó a debutar.
En definitiva, la primera incursión de Taylor y su equipo en el draft resultó altamente insatisfactoria. A expensas de cómo resulte Jonah Williams, la promoción de 2019 no parece que vaya a ser la que cambie la cara de la franquicia.
Una pretemporada para olvidar
Cuando el oval empezó a rodar en los primeros entrenamientos, la situación no pudo ponerse peor. A las primeras de cambio perdimos para toda la temporada a nuestra flamante primera ronda. Un jugador que no se había perdido ningún partido como universitario. Pero más grave fue el inicio del training-camp. El primer día, sobre un campo infame, nuestro mejor jugador, A.J. Green, sufría una lesión en el pie. Primero se especuló que podría perderse un par de partidos. Después se aumentó a cuatro y luego a seis. Posteriormente una recaída y ya no se dio fecha de regreso. Finalmente se pasó toda la temporada sin jugar, y sin que su puesto fuese cubierto por nadie al no incluirle en la lista de lesionados. Gran éxito médico y de gestión.
Aun así, lo más preocupante fue la progresiva descomposición de la línea ofensiva. De un previsible quinteto inicial compuesto por Glenn-Westerman-Price-Boling-Williams, una tras otra se fueron cayendo todas las piezas. A la comentada lesión de Williams se sumó la retirada de Boling. Después fue Westerman quien manifestó haber perdido las ganas de jugar. Conforme pasaban los partidos de pretemporada se evidenció el brutal hundimiento de Price, mientras que Glenn sufría una misteriosa conmoción cerebral, de la que sospechosamente no se recuperó hasta pasados tres meses. Así las cosas, iniciaron la campaña Hart-Miller-Hopkins-Jordan-Smith. No se podía comenzar con peor pie.
De todo esto, lo único positivo que se sacó fue la confirmación de que Hopkins es un center bastante aceptable (veníamos de Bodine, tampoco el listón estaba muy alto), y que el WR Tate, una vez “liberado” y con tiempo de juego, evidenció poseer un potencial muy a tener en cuenta.
Lo que mal empieza, mal acaba
No obstante, la temporada comenzó con una sorprendente buena imagen en Seattle pese a la derrota. Pusimos en apuros a todo un gallito como los Seahawks. Sin embargo, la semana siguiente, San Francisco nos bajó a la realidad con una incuestionable paliza. Tras otra visita infructuosa a Buffalo, donde se nos escapó la victoria por errores y fallos de ejecución, llegaron las habituales derrotas en Pittsburgh y Baltimore, y entre medias, una infructuosa remontada contra Arizona. Tras un nuevo colapso de último cuarto contra Jacksonville, llegamos al partido de Londres contra Rams con la convicción de que de allí no saldría nada bueno, como así sucedió.
La racha de 8 derrotas consecutivas forzó el cambio de quarterback, aunque todos sabíamos que no serviría de nada. Tan solo, para confirmar las malas vibraciones trasmitidas por Finley, quien estuvo a punto de perder su puesto en pretemporada contra el undrafted Dolegala. 3 naufragios sin paliativos contra Ravens, Raiders y Steelers fueron suficientes para retornar a Dalton, y que Taylor evitara una sublevación de la plantilla, harta del ignominioso balance de 0-11.
El regreso del pelirrojo sirvió de bálsamo y por fin conseguimos nuestra primera victoria, aunque quizá deberíamos agradecérselo más a unos muy flojos Jets. No fue más que un espejismo, como se puso de manifiesto en las claras derrotas en Cleveland y contra Nueva Inglaterra. Por entonces, nuestro objetivo parecía ya claramente asegurar el puesto número 1 en el próximo draft. Sin embargo, para sorpresa de todos, el equipo sacó una raza impensable para remontar 16 puntos en menos de un minuto y forzar la prórroga en Miami, aún a riesgo de dejar escapar tan privilegiada posición. Al final, aquel partido se perdió, pero sumado a la postrera victoria contra Browns, la temporada dejó un sabor ligeramente esperanzador pese al catastrófico balance de 2-14.
Retroceso en el apartado técnico
La bisoñez del cuerpo técnico quedó patente desde el primer momento. Se había insistido mucho en hacer del juego de carrera la base de nuestra ofensiva. Solamente el primer partido, corrimos 14 veces y pasamos 51. Este desequilibrio fue constante durante toda la campaña. Ante la incapacidad del equipo para correr, no encontraron mejor solución que pasar. Convertir en unidireccional nuestro ataque solo hizo facilitar el trabajo a nuestros rivales.
La línea ofensiva nunca encontró el tono. Por supuesto, las bajas tuvieron un impacto trascendental, pero tampoco se buscaban soluciones: ni trayendo personal, ni reorganizando las piezas. Smith y Jerry se alternaban en el LT con pésimos resultados. Hart permanecía inamovible en el RT, aunque siguiera tan mediocre como en 2018. No se puede culpar al rookie Jordan de no jugar bien desde el primer momento. No se abrían huecos a la carrera. El QB apenas tenía tiempo para respirar. Cualquier amago de implantar un estilo de juego se diluía ante su ineptitud.
Solamente en el tercio final de competición, cuando por fin Glenn accedió a jugar y Jordan adquirió cierta experiencia, mejoraron algo sus prestaciones. El lado izquierdo dejó de ser una sangría y el derecho, poco a poco, asimilaba las instrucciones de Turner, el cuestionado entrenador de la unidad. En cualquier caso, la relación de Glenn con el club quedó seriamente tocada, por lo que la necesidad de seguir reforzando la unidad se mantiene muy patente aun contando con el regreso de Williams.
Las carencias de la línea ofensiva forzaron a los tight-ends a tener que participar más como bloqueadores que como receptores. Pero esto es solo la mitad de la historia. Lo cierto es que los esquemas de Callahan apenas les dieron protagonismo. Esta vez no se lesionó Eifert, pero más que protegerle, en realidad apenas le buscaron. Una media de menos de 4 intentos de pase por partido (la más baja de su carrera en un año “normal”), cuando estábamos pasamos más de la cuenta, y sin Green, es síntoma de no haber sabido aprovechar una de nuestras mejores armas. Ni hablar ya de Uzomah, o mucho menos Sample.
La vocación terrestre fue tan escueta que incluso se produjo un conato de rebote por parte de Mixon. Pero lo cierto es que no estaba funcionando en absoluto. Ordenar una carrera era condenar el drive. No obstante, mediada la temporada, se cambió el sistema de bloqueo, y Mixon se alineó más adelantado y lateral. Así, al recibir el pase en pitch conseguía una mínima ventaja que su talento podía magnificar. Tras el partido de Londres su protagonismo se incrementó, y así se reflejó en las estadísticas: 320 yardas los primeros 8 encuentros, 827 los 8 finales.
Por tanto, la conclusión evidente es que no se trata de un problema de personal, sino de diseño. Por supuesto hay que reforzar la línea ofensiva para evitar que los corredores deban esquivar defensas ya desde detrás de la línea de scrimmage, pero también debemos colocarles en la mejor disposición para que puedan tener éxito: utilización puntual de fullback, movimientos de la línea a segundo nivel, etc. Por cierto, el novato Williams quedó inédito, por lo que desconocemos si en algún momento podría suplir a Bernard, otro jugador infrautilizado.
La ausencia de Green permitió descubrir el potencial de Tate. Por supuesto, no tiene la calidad de A.J., pero nos proporcionó las jugadas más espectaculares del año. Es un valor en alza que deberíamos proteger y promocionar. Ross tuvo un inicio espectacular, pero nuevamente una lesión frustró su progresión. No va a ser nunca un WR1, ni siquiera merecer la renovación del 5º año al precio de la etiqueta de transición; pero al menos, creo que ya no hace falta buscarle una salida como se rumoreó hace un año, sino que puede resultar un complemento interesante. Por su parte, Boyd se consolidó como un WR2 a quien no le pesa tener que ser el 1 si la situación lo requiere. Una nueva temporada de más de 1000 yardas confirma lo acertado de su renovación.
Tras los citados arriba, no hay mucho más. Salvo Erickson, siempre cumplidor (segundo jugador con más recepciones del equipo) y buen retornador, ni Willis ni Morgan, dos undrafted que destacaron en pretemporada, aprovecharon sus oportunidades. Esta falta de profundidad supuso un cierto problema como consecuencia de las lesiones. No obstante, teniendo en cuenta la elevada partición de los runningbacks en el juego aéreo, tampoco me parece ésta una necesidad de primer orden.
No se puede hablar de la ofensiva sin citar a los quarterbacks. Dalton tenía el reto de demostrar ser el QB que pudiese llevar adelante el proyecto de Taylor. Sea cual sea éste (yo aún lo desconozco), lo cierto es que suspendió. Como de costumbre, el pelirrojo no fue lo peor del ataque, pero cuando todo falla, el QB debe sobreponerse y minimizar las deficiencias del equipo. No sólo no lo hizo, sino que evidenció un retroceso en aspectos de juego que parecía haber mejorado en 2018. Su suplencia estuvo más que justificada, a pesar de que el relevo, Finley, fuese claramente peor que él.
Dalton ya es historia en los Bengals. Una brillante, por qué no reconocerlo, ya que guio al equipo a su mejor racha de presencias en playoffs y acumula varios records personales de la franquicia. Pero su tiempo pasó, es hora de reiniciar con Burrow. Lo que más preocupa de este tema es que teniendo a un prestigioso entrenador de quarterbacks como era Van Pelt, y un coordinador ofensivo y un head-coach cuyos anteriores puestos eran precisamente entrenadores de QBs, el juego de Dalton, y sobre todo el de Finley, dejaron mucho que desear. No es la mejor carta de presentación ante la previsible llegada del flamante Heisman Trophy.
Una defensa irregular, por ser generoso.
La defensa, que ya fue mala en 2018, no mejoró demasiado con Anarumo. Especialmente floja contra la carrera, terminamos últimos de la liga en este apartado. Parte de la responsabilidad hay que achacarla a una línea defensiva no demasiado sólida, con Dunlap como máximo exponente de su irregularidad: unas veces invisible, otras omnipresente. Por su parte, los jóvenes confirmaron expectativas: Hubbard es una excelente adquisición, y Lawson no es capaz de mantenerse sano. Fue una pena la lesión de Wynn, porque en pretemporada había demostrado ser un relevo muy fiable.
Por el centro, seguimos fracasando en la búsqueda de una adecuada pareja para Atkins, quien tampoco tuvo el mayor de los impactos. Ni Billings ni Tapou consiguieron garantizar su titularidad (y por consiguiente, tampoco su renovación), y Glasgow volvió a lesionarse. El novato Wren no tuvo participación, y quizá la nota más positiva fuese el buen rendimiento de Andre Brown en un papel híbrido DE/DT.
Sin embargo, la mayor responsabilidad de la debacle defensiva recae sobre la unidad de linebackers. Si ya advertíamos sobre su debilidad al comienzo del campeonato, los temores se vieron justificados y aumentados. Hasta tal punto era su ineptitud, que cuando cortamos al MLB Preston Brown, incluso mejoró. Vigil seguía acumulando placajes… varias yardas más tarde de cuando deberían producirse. El novato Pratt sólo entró realmente en juego muy avanzada ya la competición. Y estos eran nuestros mejores hombres. Se fichó al trotamundos Reynolds, cuya escasa calidad no justificaba la elevada cantidad de snaps que llegó a disputar. Evans confirmó su condición de bust, y hasta aquí nuestro personal. Mediada la campaña, viendo el panorama, Anarumo decidió apostar definitivamente por alinear solamente dos LBs y que un safety cubriese esa zona. La mejora fue sustancial, lo que da algo de esperanza para el próximo año.
Los cornerbacks también supusieron otra debilidad defensiva. A nadie sorprendió que Kirkpatrick volviese a ser un coladero, pero sí lo hizo el inesperado bajo rendimiento de Jackson. Entre ambos cobrarán más de 21 millones de dólares en 2020. Se les debería exigir algo más. Por cierto, si os lo estabais preguntando, ni el entrenador de cornerbacks, ni el de linebackers, seguirán el año próximo.
De esta unidad solamente destacaría a los encargados de defender el slot, Dennard y Phillips. Dennard fue para Pro Football Focus el mejor CB-slot de la competición; mientras que Phillips logró 4 intercepciones (curiosamente, las mismas que placajes) pese a jugar solamente 8 partidos. Buenos en su posición, siempre que no se les exigiera jugar por el exterior. Para esto teníamos a Webb, quien mejor se hubiera quedado en Nueva York.
Entre los safeties, Williams mantuvo su nivel medio-bajo habitual, pero Bates fue otro que no estuvo a la altura del año anterior. Quizá relegado a posiciones demasiado profundas, no tuvo el impacto de su temporada rookie. Entre los suplentes, Wilson le ganó la partida a Fejedelem, pero seguimos necesitando un SS de más garantía, sobre todo si en nuestra formación base aparecen 5 defensive–backs.
Los equipos especiales, los únicos que se salvan.
El desastre ofensivo y defensivo no hay que extenderlo a los equipos especiales, quienes tuvieron una campaña más que digna. El mayor descubrimiento fue la capacidad del citado Wilson en los retornos, ganándose con absoluta justicia el puesto hasta su desafortunada lesión.
Entre los pateadores, de nuevo se demostró que Huber es un punter muy certero (probablemente el MVP del equipo) pero que Bullock no tanto. En la NFL actual es necesario un kicker capaz de ampliar el rango de actuación todo lo posible. 1 de 3 en patadas de más de 50 yardas (10 de 12 entre 40 y 49) son cifras que deben ser mejoradas.
Conclusión definitiva
Una temporada cuyo balance final es de apenas un par de victorias no puede calificarse de otra forma que decepcionante. Nadie esperaba grandes logros, pero desde luego, tampoco el ridículo padecido en ciertas fases de la competición. Todo salió mal. Desde la planificación al juego desarrollado. Esperemos que esta bochornosa trayectoria sirva para algo más que acceder al pick#1 del draft, único hecho destacable de la temporada. Quiero pensar que para 2020 los entrenadores hayan adquirido la necesaria experiencia, que los directivos tomen conciencia de la necesidad de reforzar el equipo no sólo vía draft, y que los jugadores que sigan tengan más claros los conceptos tácticos. Los 8 partidos perdidos por una anotación es el único clavo ardiendo al que agarrarse para pensar que no estamos tan lejos de remontar.
2019 fue una temporada para olvidar en lo deportivo, pero apuntar bien claro todo lo que salió mal para evitar repetirlo. El crédito de Taylor no es ilimitado, pero si la directiva no lanza el mensaje de querer conformar un equipo competitivo, poco podrá hacer ante la previsible desbandada o relajación de sus jugadores. El anunciado “New Dey” puede durar muy poco si no somos capaces de asimilar lo sucedido para aprender de nuestros errores.
Redactor en Bengals.es
Redactor en Spanish Bowl
Ex-Redactor de la AFC Norte de la NFL en el Diario AS
Colaborador de «La Perrera Brown».
Integrante del foro de los Cincinnati Bengals en NFLHispano.com